Crecimos creyendo que ser inteligente era garantía de progreso, que a mayor coeficiente intelectual (CI), más recursos, más posibilidades para llegar a ser quien queramos ser. Pero en estos tiempos de hiperexigencia, individualismo, de tanta falta derivada en excesos de consumo, hasta los más incrédulos salieron a la búsqueda de lo trascendental y en diferentes ámbitos -el acádemico, el de la salud, la filosofía- ya se escucha hablar de coeficiente espiritual.
La Real Academia Española define a la inteligencia como la capacidad para entender o comprender. Fue Cicerón quien adoptó el término para referirse a la capacidad intelectual. La idea clásica persistió en el tiempo hasta que surgieron teorías superadoras. Howard Gardner postuló la idea de las inteligencias múltiples (lingüística, matemática, musical, espacial). Y Robert Stemberg, psicólogo de la Universidad de Yale, invitó a contemplar tres categorías: la inteligencia componencial-analítica, la experiencial-creativa y la contextual-práctica. Si bien las investigaciones comenzaron allá por los 60, fue Daniel Goleman quien, en 1995, popularizó el término inteligencia emocional, cuando propuso organizar el coeficiente emocional en torno de la posibilidad que tenemos de reconocer y manejar los sentimientos propios y ajenos. Esta inteligencia es la que administra nuestros niveles de motivación, confianza, creatividad, perseverancia; la que controla los impulsos, la que aplaude los logros y llora por los supuestos fracasos.
"Más allá de la inteligencia emocional, debemos contemplar las herramientas que nos provee la inteligencia instrumental: el orden, la constancia, la motivación y la voluntad", destacó a la Revista el psiquiatra español Enrique Rojas en su paso por Buenos Aires para la presentación de su libro No te rindas (Planeta). Según el especialista, "la voluntad es más importante que la inteligencia racional; es la voluntad la que nos ordena, nos mueve, la que nos invita a sostener el auténtico proyecto personal". En este sentido, Rojas propone trabajar a conciencia plena para encontrar el verdadero sentido en torno de cuatro pilares esenciales: amor, trabajo, cultura y amistad.
En este sintético recorte sobre las posibilidades de ser inteligentes, se puede identificar un coeficiente racional y lógico (CI), y el grado de convivencia de nuestras ideas y sentimientos (inteligencia emocional), en relación con los instrumentos y virtudes que pueden caracterizarnos (voluntad, optimismo, perseverancia, creatividad, etcétera). Si algo falta en este abanico de coeficientes es destacar la capacidad que tenemos todos de tomar conciencia de uno mismo; de descubrir nuestra sabiduría interior; de lograr la transformación pese a cualquier adversidad o circunstancias de la vida y, de este modo, hacer posible la trascendencia. En este camino hay que darle crédito a la inteligencia espiritual.
Un largo camino a casa
El escritor y consultor inglés Tony Buzan, presidente de la Brain Fundation y autor del libro El poder de la inteligencia espiritual, cree que la espiritualidad es "la capacidad de concientizarnos acerca del mundo y de nuestro lugar en él".
Foto: Alma Larroca
"La inteligencia espiritual es aquella con la que manejamos y sostenemos los problemas relacionados con el significado de la vida y los valores que dan contexto a nuestra conducta, ayudándonos a optar por el buen camino en términos éticos", define Gardner, que a la lista de inteligencias múltiples agregó lo que llamó inteligencia existencial o filosófica.
En su libro La inteligencia reformulada: las inteligencias múltiples en el siglo XXI, el autor presenta en sociedad a la inteligencia existencial o la inquietud por las cuestiones esenciales de la vida y la define como la capacidad de ubicarse en relación al cosmos y a determinadas características de la condición humana, como el significado de la vida y la muerte. Describe a la inteligencia espiritual como aquella que le adiciona a la existencial una carga moral.
Son por demás interesante las ideas que postulan una serie de expertos consultados para descubrir juntos qué aspectos determinan nuestro coeficiente espiritual.
Moira Lowe, directora de Brahma Kumaris para Argentina y Uruguay, sugiere que "la espiritualidad es un camino de vuelta a casa". La representante de esta ONG, que se reconoce como la Universidad Mundial de la Espiritualidad (World Spiritual University, Bkwsu), cree que "la gran tendencia global de buscar espiritualidad se debe a que el mundo ha quedado desprovisto de virtudes. La espiritualidad es, en este sentido, regresar a lo que es natural para el alma humana". Lowe está convencida de que "la gran crisis de la humanidad no es una crisis económica y social, sino una crisis de identidad".
Son muchos quienes se animan a pensar que ser espiritual es despertar, volver a nuestro estado natural, retomar la esencia de nuestro verdadero proyecto vital.
"Podemos aplicar nuestra inteligencia espiritual para reconocer y satisfacer nuestras propias necesidades y deseos, atender y cuidar nuestro cuerpo, construir una red de afectos, llevar una vida organizada, utilizar el tiempo libre en lo que nos dé placer, tomar las riendas de nuestra propia vida sin delegar el poder en los otros, o en las circunstancias y, ante la presencia de obstáculos, sincronizar trabajar la aceptación y la búsqueda de soluciones creativas", puntualiza la psicóloga Alicia López Blanco, autora de Estar mejor, cultivando la salud espiritual (Ediciones B).
Beatriz Goyoaga, representante en América latina de la Fundación El Arte de Vivir, ONG humanitaria dedicada a la educación y el manejo del estrés, y a promover el bien común, sugiere reflexionar sobre la suposición de que "ser espiritual es vivir una vida en relación con lo que uno siente y piensa; respetando a los demás y en conjunto con las leyes de la naturaleza que rigen la existencia".
En los tantos y populosos cursos que ofrecen, semana a semana, para promover las enseñanzas del maestro espiritual indio Sri Sri Ravi Shankar, Goyoaga insiste en no encasillar la espiritualidad en conceptos teóricos y distantes. "Debemos poner en práctica la inteligencia espiritual en cada escena de la vida cotidiana - avanza en su propuesta Beatriz Goyoaga-. La espiritualidad es una actitud ante la vida, una forma de elegir cómo comemos, cómo escribimos, cómo trabajamos. Soy espiritual cuando medito, cuando soy solidario, cuando cocino con placer y auténtico deseo, cuando conduzco un camión o una empresa en forma positiva, coherente y responsable. Están quienes creen que la espiritualidad está en manos de Dios -enuncia-; otros suponen que existe una fuerza suprema, con o sin nombre; debemos sumar a muchos otros tantos con otras particulares creencias. Pero, más allá del respeto que merecen todas las ideologías y religiones siento que, más que religiosidad, la gente está buscando espiritualidad."
El 40% de los miles de practicantes de El Arte de Vivir son jóvenes que no tienen más de 25 años. "Ellos -explica Goyoaga- son el claro referente de que ya no son suficientes los paradigmas políticos clásicos, que no satisfacen las costumbres modernas de consumo, que la vida no está exclusivamente en manos de la tecnología y demás."
Pese a que nos empeñamos en reemplazar las palabras sociedad por mercado y ciudadanos por consumidores, proliferan, incluso, los hombres de negocios que entienden que la clave del éxito seguro y saludable reside en la autogestión. Creen en la política de auto-superación personal y organizacional, en la que se propone saber identificar y regular nuestras ideas, emociones y comportamientos; administrar nuestras energías, capacidades y talentos, sin negar el sentido de realidad que ofrece el contexto donde todo transcurre.
Cuentan que el fundador de Visa Internacional, Dee Hock, sostenía que "todo ejecutivo exitoso debería destinar el 50% de su tiempo a hacerse responsable de lo que hace o no hace, de lo que emprende o no emprende, transformándose en un protagonista, y no en una víctima de los acontecimientos".
Signos de buena salud
Si sintonizamos con nuestro deseo y realidad más conciente, estaremos de acuerdo con la médica clínica y psiquiatra María Gasco, quien cree que "aquello que suceda en el espíritu tendrá su expresión y repercusión en el cuerpo. La inversa, es cierta también".
Imposible negar, a esta altura de la vida, la necesaria sociedad cuerpo-mente-espíritu. "En los últimos veinte años, sobrados estudios científicos han demostrado que aquellos individuos que sostienen una práctica espiritual o religiosa a lo largo del tiempo, gozan de mayor salud física, mental y emocional que los que no", postula Gasco.
Se cree que la espiritualidad tiene su acción sobre el sistema nervioso autónomo, colaborando con la disminución de la presión arterial, la reducción de los niveles de colesterol, el control de cierto tipo de arritmias y cefaleas, y la regulación de los sistemas endócrino e inmune.
Foto: Alma Larroca
Al respecto, la psiquiatra consultada, que propone integrar la espiritualidad al modelo médico clásico, detalla: "En 1996 y 1997, el Instituto Nacional de Investigación sobre cuidados de la salud de los Estados Unidos, reunió distintos paneles de expertos, con el de fin investigar la relación existente entre salud y espiritualidad. Las conclusiones a las que arribaron fueron muy parecidas, y es que el participar en prácticas espirituales se relaciona con mayor salud física y mental, y menor abuso de drogas y alcohol. Esto llevó a Miller y Thorensen en 2005, a proponer y considerar a la espiritualidad como una variable independiente en la salud humana".
Ciertamente, pocos en el mundo moderno dejarían librada una enfermedad tan sólo a la fe; pero, como certifican los estudios científicos, hoy sabemos que quienes tienen una actitud espiritual o religiosa evitan enfermedades o se recuperan con mayor facilidad. Otro dato por considerar es que una de las principales tendencias del encuentro del hombre moderno con la espiritualidad ocurre cuando nos vemos sumidos ante el dolor, el temor a la pérdida y a la muerte. Acostumbrada al trato con pacientes y familiares, la doctora Gasco agrega: "Es a partir de sentirnos acongojados por la realidad de este mundo que el hombre se revela y busca otra realidad que le otorgue sentido".
Tal vez resulte conveniente no llegar al límite para comenzar a integrar a la espiritualidad como prevención y estímulo para una vida más saludable y satisfactoria.
Con mirada positiva
Más allá de mejorar la calidad de vida, los expertos coinciden en que la espiritualidad nos permite recuperar el coraje y otras virtudes necesarias para tener una mirada más positiva y proactiva. La inteligencia espiritual "nos ayuda a recuperar, entre otras cosas, el coraje para hacer cosas que ni soñaba que era capaz de emprender", tal como destaca Moira Lowe.
Desde mediados del siglo pasado, autores como Fromm, Maslow, Frankl, Jung, cada quien con sus modelos particulares, plantearon conceptos y vivencias terapéuticas destinados a ir en busca del sentido de la existencia del hombre. En la última década, como heredera de la mirada humanista, la psicología positiva ha ganado lugar, buscando la felicidad y el bienestar de los individuos, evocando emociones positivas y el ejercicio de actividades que desarrollen la personalidad saludable y la espiritualidad.
Amit Oren es doctora en Psicología y profesora en la Universidad de Yale: "Vivimos en tiempos muy difíciles, pero somos lo suficientemente poderosos como para cambiar el rumbo -resalta-. Se trata de trabajar sobre la confianza, el coraje, la creatividad, el amor en las relaciones, la resiliencia y, sobre todo, la espiritualidad y la autoestima. La espiritualidad y la autoestima es el sistema inmune del ser consciente".
Oren es parte de quienes sugieren sumar a nuestras vidas el hábito de la meditación, más allá de las técnicas: "Es recomendable dedicarse cada día entre 5 y 20 minutos a reflexionar sobre lo que nos pasa o interesa, y poner en juego nuestras capacidades, virtudes y fortalezas. Cultivar la autoestima -enumera-, expresar gratitud, saber perdonar y pedir perdón, mantener relaciones familiares y de amistad, desarrollar estrategias para mejorar nuestra vida cotidiana, comprometerse con las metas, alimentar el alma con lo que nos dé placer o con lo que nos haga sentir bien, hacer actividad física y fluir (flow) con actividades que nos den sumo placer".
No alcanza la teoría si no hay práctica. "El mundo está lleno de preciosas teorías y muchas filosofías bonitas, pero poca práctica de virtudes", dice Moira Lowe. "Aprender es el primer paso en la búsqueda espiritual -completa la representante de Brahma Kumaris-, evitando convencerme de nada de lo que me dicen, sino reflexionar sobre lo que me explican. La práctica funciona como una brújula que logra hacer conexión entre lo que siento y lo que pienso."
El yoga, la meditación, la respiración, el mindfulness (conciencia plena), los cursos de entrenamiento emocional y autosuperación, entre tantas otras propuestas, permiten escuchar y conectar lo que dicen la mente y el cuerpo, y en este rumbo descubrir la sabiduría espiritual que, seguramente, nos ayudará a vivir mejor.
Están bien documentados los aportes de la ciencia en torno de ciertas prácticas espirituales. Poco tiempo atrás, se tomaron fotografías del cerebro de los monjes tibetanos y se descubrió que las áreas cerebrales que responden a la felicidad funcionaban en niveles mucho más superiores que en el cerebro del resto de las personas. Así como a los religiosos se estudió a los empleados de una fábrica. Se registraron imágenes cerebrales antes de enseñarles a meditar y ocho semanas después de haber practicado meditación, los cambios en la estructura cerebral de los trabajadores fueron rotundos.
No se trata de aspirar a ser monjes, sino de contactar con nuestras voces interiores cotidianas. El laboratorio de Neuroimagenes de la Universidad de California comparó con equipos de última generación los cerebros de 44 personas: 22 sin antecedentes de meditación y 22 que durante años se entrenaron en esta práctica milenaria. "Los meditadores tienen más materia gris en aquellas zonas del cerebro relacionadas con el control de las emociones", declaró Eileen Luders en el artículo publicado en la revista Neuroimage.
Cuanta mayor materia gris, mejor desempeño cerebral; mayor posibilidad de desplegar las tres inteligencias de las que venimos dando cuenta: intelectual, emocional, espiritual.
"Las creencias y las prácticas espirituales proveen modos de afrontar los eventos vitales que disminuyen el estrés o lo previenen -puntualiza la doctora Gasco-. La espiritualidad promueve cambios en los estilos de vida, desalienta el uso de tóxicos, estimula actitudes positivas y de autosuperación, promueve las relaciones interpersonales y las redes sociales de ayuda mutua y contención."
"La meditación me permite ver lo oscuro y la grandeza del alma en el silencio. "En Brahma Kumaris -detalla su directora- hablamos de recuerdo y no de meditación. La gente busca meditar para sanar y también el yoga, porque es una práctica difundida. Ser un yogi es estar consciente, sentado y quieto, así como estar haciendo las cosas de la vida cotidiana, en la interacción con las personas y el mundo que nos rodea."
"No es complicada la vida, sino la mente la que complica la vida", es la saludable mirada de Clara Badiño y el resto de los instructores de Mindfulness. Por medio de Visión Clara, otra organización prosalud sin fines de lucro, esta mujer representa en la Argentina al entrenamiento basado en el programa MBSR que propone Jon Kabat-Zinn en el Centro Médico de la Universidad de Massachusetts. "Está dirigido a reeducar mente-cerebro-cuerpo y hacer un manejo diferente de las emociones", explica la experta en conciencia plena (término en español que suele utilizarse para hablar de Mindfulness).
Desde su validez científica, Badiño define el Mindfulness como "un estado en el que el practicante aprende a mantener la atención centrada en un objeto al comienzo (concentración, meditación de acceso utilizando la respiración) para luego darse cuenta (conciencia) de lo que nos está sucediendo (pensamientos, sensaciones, emociones) y de lo que ocurre a nuestro alrededor, descubriendo la realidad del momento presente tal cual es. Aceptar esto que ocurre, sin prejuicios ni valoraciones que pongan límites a la toma de conciencia plena".
Goyoaga coincide en esto de que la mente es la que complica las cosas. Considera, sobre la base de los resultados de su práctica cotidiana, que "hay un tipo de inteligencia que sabe manejar nuestro cuerpo. El ser humano está bramando por poder relajarse, saber que se puede apoyar en una calidad de vida, en poder dar y recibir más amor. pero la complicamos. Desde la Fundación El Arte de Vivir creemos que el nexo entre la mente activa y la serenidad es la respiración".
En esto también la doctora Gasco se suma para certificar la idea de que la espiritualidad esta en el aire: "La palabra espíritu viene del latín spiritus, de espirare: espirar; y hace referencia a la respiración, al aliento de vida. Los antiguos sabios, al igual que los poetas, siempre han sabido que nuestra esencia no es un cuerpo, sino algo sutil que está más allá de lo tangible. Su manifestación visible era la respiración. Una vez que la respiración abandona el cuerpo, la persona ya no está allí y el cuerpo se descompone porque ha perdido su función".
Dioses, profetas, gurúes, maestros. Cada quién elija su senda. Y, finalmente, un gran debate: ¿la espiritualidad es una cuestión de fe?
Como tantas investigaciones sobre la espiritualidad como virtud y fuente de bienestar, fue a comienzos de los años 90 cuando el neuropsicólogo Micheal Persigner y, años después, Vilayanur Ramachandran, indagaron sobre la posibilidad de que el cerebro humano cuente con una zona en la que funcione algo así como un centro espiritual. Lo llamaron centro de Dios. Los escaneos cerebrales dieron cuenta de que, más allá de cualquier ideología o creencia, ciertas áreas de los lóbulos temporales del cerebro humano cobraban luz o se accionaban cuando las personas observadas eran sometidas a conversaciones o actividades relacionadas con asuntos religiosos o espirituales.
Según Moira Lowe: "La espiritualidad está por detrás de todas las creencias, es lo universal, a lo que todas las religiones adhieren. La fe es certeza y tiene que ver con entender la relación con uno mismo y con Dios; se construye desde la experiencia: no es menos valedero algo que no puedo poner en palabras, pero que siento como la paz".
En El Arte de Vivir, que respeta e integra a todas las religiones, creen que "lo que hay detrás y por encima de todo es el amor. Dios, la vida, la energía, es amor, pero nos negamos a entenderlo porque estamos ocupados en otras cuestiones.
Cierto es que cada quien, siempre, sabrá cuál es su verdad, su sentir, cuál es el camino. Así como tiene la libertad de recalcular o dar un golpe de timón para cambiar de ruta. Habrá que tener siempre presente esto de que un maestro te da el mapa para ir al lugar al que tú quieres ir.
La espiritualidad está en nosotros, es nuestra elección, nuestra responsabilidad. Tal vez ocuparnos de antemano de nuestro coeficiente espiritual nos permita anticiparnos, elegir el camino más apropiado y evitar caer en la seducción del "canto de sirenas".
Buen momento para darnos cuenta de cómo puede cambiar todo si, en definitiva, nos disponemos a integrar las inteligencias para responder a las preguntas esenciales de la vida.
TEST
¿Cómo reconocer nuestro coeficiente espiritual?
Responder con Verdadero (V) o Falso (F) cada uno de los siguientes ítems. Luego sumar la cantidad de preguntas verdaderas (V) y multiplicarlo por 10. El cálculo dará cuenta del coeficiente espiritual en relación al 100%. Independientemente del resultado obtenido, el objetivo del test oficia como disparador para reflexionar acerca de nuestros hábitos.
Suelo interrogarme a mí mismo acerca del sentido que tiene para mi vida la realización de tal o cual acción, o la toma de una decisión, independientemente del beneficio material que me reporte.
Atiendo a mi cuerpo prestando atención a sus necesidades y mensajes, y trato de no violentarlo exponiéndolo a exigencias desmedidas o cualquier otra forma de maltrato.
Reacciono de manera empática ante las necesidades de los demás.
Disfruto estando en contacto con la naturaleza.
Respeto toda forma de vida y trato de no dañarla innecesariamente.
Trato de ejercer un consumo responsable en todos los órdenes: alimentos, bienes, recursos naturales.
Puede llegar a conmoverme un atardecer, una flor, un aroma o cualquier otra manifestación de la naturaleza.
Puedo llegar a emocionarme ante una expresión artística: música, danza, pintura, escultura, teatro, cine u otras.
Cultivo valores de vida que me impulsan a ser mejor persona cada vez.
En la medida de mis posibilidades intento vivir con la mayor coherencia entre sentimiento, pensamiento y acción.
Extraído del libro Estar mejor cultivando la salud espiritual, de Alicia López Blanco (Ediciones B).
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